Un camino largo, sin final.
Una voz de mecánica embestidura
me acompaña y me guía.
A mi lado, un dulce sonido que entretiene
me mantiene pendiente de cualquier cruze inesperado.
Pequeños puńales blancos dibujados en el
asfalto me impacientan, no duelen, solo atormentan.
Es hora de detenerse.
Mi alma se acuerda del sueńo y le niego tan preciado capricho.
Energizo sus pechos con malignos brebajes,
que me resguardan de un enfrentamiento inesperado.
Ya va quedando poco.
Solo unos minutos,
y las voz mecánica será acompañada por
la melodía del mar, rompiendose vencido
contra la arena
de una ciudad aun desconocida.
Lindas tierras diviso desde lo alto.
Con dos alas amarillas que me reciben con encanto.
Decido abandonar la voz mecánica y lanzarme al vacío.
Volando llego al destino,
me esperan ansiosos sus manos.
Me alimento. Planeamos el salto.
En segundos, vivo la vida de un hombre que pintó sus llantos,
me abrazó en colores, siluetas, y marcos.
¡Que loco para amar!
¡Que bigote tan fino para dibujar su canto!
Gala hace de sus sueńos,
y sus sueńos son solo Gala.
Revisto mis pasos ahora de un simple muchacho.
Nos vamos al mar, necesitamos lanzar nuestros suenós
a ver si alguien se embulla a dibujarlos.
¿Por qué no?
Vivimos de santos.
Largo día, cortas horas.
Luces que preparan su próximo asalto,
y un vecino advierte que ronquidos atormentan su espacio.
Pero una danza de colores lo devuelven confuso,
en un amanecer de cielo oscuro, pero de profundo encanto.
Todo ahora es silencio.
El Mar reposa, la luna vigila
desesperada y se pierde entre nubes,
ayer azules.
Un borracho asalta la noche con distintiva picardía.
Solo eso,
un borracho.
Abro mis ojos y diviso el suelo entregando de vuelta sus finos
claveles blancos.
Las alas amarillas, el sonido del salitre,
y el aliento a pescado, son ahora solo recuerdos.
Mi auto se niega a danzar.
Una emboscada de pájaros blancos
obligan sus pasos.
Lo abandono todo, me robo un par de alas
Y vuelvo a sus finos bigotes
¡Que bigotes tan finos para dibujar su canto!
No puedo marchar, me falta su abrazo.
Me regreso a sus sombras y le cuento mis llantos.
Me acaricia la mejilla, y me abre la puerta,
escoltada por dos hermosos cocodrilos blancos.
Abro los ojos y la soledad del agua en mi ducha
me conquista.
Ha regresado el cansancio.
Lo abrazo.
Como abrazo a su Federico y a su Gala.
Lo abrazo desesperado. Y
me marcho en sus manos.
¡Que bigotes tan finos para dibujar su canto!

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